martes, 31 de julio de 2012

Migración

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miércoles, 27 de junio de 2012

La Paradoja de “Ser” en Esta Latitud Centroamericana

Fui ausente. Durante años era meramente un ir y venir; mi cuerpo no estaba en Costa Rica, al menos no por más de tres meses seguidos al año. Se desapareció mi presencia y las gentes se olvidaron de su existencia, coincidiendo con mi propia transición y reacomode en latitudes distintas a las que me vieron nacer. Y sin embargo, nunca me sentí más “tica”, más ciudadana de mi patria, pues es solo al salir de mis fronteras que realicé lo que implica la identidad cultural de un país, y el mío ha luchado por encontrarse dentro de ese nicho que categoriza a cada pueblo según sus costumbres.

Ahora el tema de identidad es más candente que nunca; pareciéramos ser una generación que ha heredado el antagonismo de pertenecer a un lugar y ser hijos de la globalización simultáneamente. Así mismo, el deseo de recuperar un pasado citadino o unas costumbres que se diluyeron o mutaron, y el conflicto interno de “rechazar” lo ajeno, pero verlo también como impulso de un deseo de primer-mundismo que pudiera indicar un acercamiento a la ilusión de progreso, evidencian una pauta marcada por sociedades distintas a la nuestra, pero de cuyo dominio no se escapa nuestra geografía ni nuestras aspiraciones socio-culturales. Pregunto: ¿es eso necesariamente malo? ¿Hasta qué punto?

El imaginario de una percepción auténticamente costarricense existe en un plano semi-fantaseoso. ¿Será que hay en Latinoamérica un país tan “agringado” como el nuestro? ¿O por qué satanizar meramente a los vecinos del norte? ¿Existe en Centroamérica un país que se jacta, al punto que lo hacen los costarricenses, de ser los descendientes privilegiados de una Europa trasladada? Lo sé pues soy culpable de dicha concepción, de tal disparidad. Y no estoy sola…



Crecí en un ambiente dominantemente italiano. En mi familia, las cenas de navidad consisten de antipasto, lasagna y cappelletti in brodo (hechos desde cero) y un buen budino e chiacchere o zuppa inglese de postre. Han habido años en los cuales diciembre no trae regalos, los trae la Befana el 6 de Enero. Oimos Toto Cutugno, Adriano Celentano o Richi e Poveri y cantamos "Azzurro" como el himno italiano que es. Mi abuelo me ponía zarzuelas en una casetera y me enseñaba como se bailaba cuando él era joven en Cavezzo, aquel pequeño pueblo que lo vio crecer. 



Cavezzo, Italia, 1978.
Aprendí a rezar en italiano y mi tía nos dormía con canciones de cuna en ese mismo idioma. Somos Ferraristas no solo por la trayectoria que tiene il cavallino rampante, si no porque es el orgullo de Italia. Durante su vida, mi abuelo anduvo casi exclusivamente en un Fiat o en un Alfa Romeo por la misma razón. 

Maranello,  Italia, sede de la Ferrari, 2001.
En mi casa rara vez había arroz y frijoles de almuerzo; lo que se comía era pasta en todas sus variaciones. Pasta al dente, no vaya ser que se pasen de cottura los fettuccini, los spaghetti o los maccheroni al pettine o se corre el riesgo de una discordia familiar en la cocina. 

Y por otro lado, con menos fuerza, quizás porque su incorporación a la sociedad costarricense por ahí del s.XIX fue anterior a la de mi abuelo italiano a mitad del s.XX, se encuentra el legado alemán. Mi apellido materno no me permite negar mis raíces teutonas, y aunque nunca sentí apego al Deutschland como lo siento hacia L’Italia, me enorgullece saber que en mi genética hay algo de esa gran nación a la cual admiro. Tal vez de ahí heredé mi amor por la ingeniería y los motores, o mi deseo de cultura, arte subversivo y buen diseño. 

Y aún esto no me hace menos tica ni me convierte en despreciativa de mi lugar de nacimiento. Ni tampoco me hace creerme italiana ni europea. Tengo razones para de vez en cuando ponerme una camiseta azul con la bandera verde, blanca y roja o para alegrarme cuando Alemania le pasa por encima al resto de Europa en la Eurocopa. Pero con un derecho de apoderamiento puedo afirmar que Costa Rica es mi país, y que soy orgullosamente tica, lo que sea que eso signifique.

Cuando me fui para Savannah, Georgia, me hacían falta los pejibayes. Me despertaba a un paisaje plano y me daba ansiedad la falta de montañas que me rodearan. Las playas allá eran extrañamente ajenas, porque aún teniendo islas y un puerto cerca, no todo lo que tiene mar y arena es una playa para quien creció con Guanacaste o Puerto Viejo a solo unas horas de distancia. Me emocionaba oír "Danza Kuduro" en los clubs gringos (sí, a ese punto llega uno, pues cualquier acercamiento es nostálgico) y los afterparties terminaban en un buen baile de salsa o a veces unas lecciones a mis compatriotas latinoamericanos de cómo bailar pirateao’, ese brincadito que tanto les intrigaba. 

SCAD International Food Festival. Savannah, GA, 2008.
Hablaba español reprimiendo mis tiquismos para ver si acaso los Hondureños, Panameños, Mexicanos o Ecuatorianos me lograban entender. Entonces cuando se juntaban los ticos aquello era un cantar inconsciente de dichos. Y aunque el español de mi abuela Colombiana me heredó una erre distinta a la “ewvrre” que acecha a los ticos, igualmente nos gustaba tratar de descifrar el acento que no percibíamos cuando estábamos en el país y, a manera de juego nostálgico, exagerábamos el habla popular del costarricense.

A la vez, esta experiencia terminó de agregar otra capa de multiculturalismo. Hablo la mitad en inglés y la mitad en español, y confieso que escribir este texto sería mucho más fácil si pudiera utilizar frases que mejor se expresan en uno u otro idioma (tengo siempre google translate abierto). Así, algo me quedó de aquella cultura sureña, de mis amigas californianas o de mi roommate de Wisconsin, de mi amigo de Rio de Janeiro, de mi compañera Francesa o de mi casi hermana de Filipinas. Aprendí a no disculparme si se me salen frases en italiano, a no sentirme mal por tirar anglicismos, y a estar agradecida de haber nacido en Latinoamérica, porque, a pesar de todos los males, somos demasiado chivas y no existe otra cultura a la cual me gustaría más pertenecer. 

¿Seremos, como me dice una cierta personita, híbridos culturales? 
Así pareciera ser. 

Una vez tuve una bonita conversación con respecto a la denominación “nacional” cuando se habla de música “nacional”. Sobra mucho qué decir sobre el tema y se desarrollará en otro texto, pero en una casi-conclusión llegué a ver, más allá de la música, que nadie pareciera caber en la categoría de “nacional” en el contexto costarricense, y creo que en esa falta de clasificación determinada se esconde nuestro "ser". Insistimos en vernos como homogéneos, pero mejor celebramos nuestra pluralidad porque de ahí hay mucho que aprender sobre nuestra identidad chiquill@s. Yo conté mi historia, pero aseguro que no se diferencia tanto de la de muchos.

Este jueves mis dos apellidos se verán las caras en la Eurocopa, una disputa que terminará en goles y eliminación. Como ávida seguidora de ambas selecciones y del buen fútbol, inevitablemente uno me dará una alegría y el otro me dará una tristeza (indudablemente el dolor será mayor si es Italia quien se va…em, sí, ya me he ido preparando). Pero a pesar de lo dicho, siempre me preguntaré qué se sentirá tener una selección nacional que no solo va a mundiales, sino que tiene posibilidad real de ganarlos… pues honestamente La Mía, humildemente, a penas lucha por un campo en la hexagonal.


domingo, 24 de junio de 2012

Nadie Me Dirá Mi Nombre

Propio o ajeno. A mi me lo pusieron sin tener yo palabra. Lo recuerdo todos los días cuando alguien se refiere a mi en alguna de las variaciones distorsionadas que se derivaron del nombre que heredé de mi padre y escogió mi madre. María Paola. Como si no fuera largo, compuesto y hasta un poco serio, la intención de mis progenitores, en toda su buena voluntad de honrar mi ascendencia italiana, era que se pronunciara mi segundo nombre en la lengua materna de mi padre. Páola… “sí, como si tuviera tilde en la ‘a’” me veo repitiendo constantemente. No Paola. No Paula. PÁOLA.

Sobra decir que en el país hispanoparlante en el que nací la única persona que pronuncia bien mi nombre aparte de mi papá (manda güevo, él se llama Páolo… sí, con tilde en la 'a') es mi abuela paterna. Entonces, sobrevivo sin nombre, pues cada persona ha ideado ya sea una manera de obviar la peripecia que presenta, o decidido quedarse con la denominación referencial que le parece más cómoda, aún cuando esto mutile el elemento que más me identifica, mi nombre. He considerado cambiarlo, inclusive en ciertos círculos soy simplemente Lola, abreviado del afectivo apodo con el cual me bautizó mi abuelo: Palola.

No me siento como una “María Paola” pero tampoco soy ni María, ni Paola. El María me parece un relleno, una excusa para un nombre compuesto. Pero me ha sido útil. "La María", me dice una amiga. Si a los ticos les costaba mi nombre, la llegada a la universidad en Estados Unidos no me facilitó la tarea. No me quedó más que llamarme “Mawria” para todo aquel angloparlante que conocí durante mis estudios superiores.

Recientemente, de vuelta en mi tierra madre, confrontada con nuevas amistades que se incorporan en mi historia, ha surgido de nuevo este enigma. ¿Como presentarse si uno no tiene nombre? Y ahí que me he dado cuenta cuanto pesa un nombre. A raíz de esta dificultad decidí trazar esa etimología personal que constituyó mi nominación. La raíz de un nombre proviene de una complicidad de elementos con los cuales poco tiene uno que ver. Es una decisión que se hace anterior a nuestra existencia, un factor determinante que afecta nuestra trayectoria y en el cual no hay democracia.

Me pregunto que se sentirá que a su nombre se le haga referencia como tiene que ser, llamarse Laura, Isabel o Cristina, tener la certeza de que cuando uno se presenta a una nueva persona no están maquinando erróneamente en su mente la gramática de un complicado nombre en apariencia sencillo. Me llaman Paula o Paola y ganas me sobran de corregirlos con un grito, ya es cansado. Me llaman María y es la costumbre la que responde. Me llaman Pao, Palola, Lola, Palolis y lo siento cercano y hasta me da confianza. Pero nadie, sin una previa explicación de mi parte, me dirá Mi nombre.


martes, 29 de mayo de 2012

Casi Tan Real




Solía considerar que Grace era música ajena, de esa que uno hereda como la obsesión musical de algún ex-novio que se coló entre las feromonas y termina uno adoptando cual hija natural “de otro”. Honestamente, hace unos años tuve un reencuentro con sus líricas en uno de mis peores momentos y descubrí que esas melodías, su impecable voz y sus letras eran más propias que prestadas. Jeff era mío, y celosamente lo guardaba. Mucho más allá que el Lover You Should've Come Over que una vez me dedicaron, realicé que esa música constituyó mi paso a la madurez, tanto en lo referente a la dolorosa “conversión” a adulto, como a la de desarrollar el oído a música con una agudeza más fina. Siempre celebré los 17 de noviembre silenciosamente, casi con alegría, no nostalgia. Pero este 29 de mayo me he visto forzada a reflexionar su legado en mi persona gracias a la bulla del "soshalmidia".

Entonces, esto es lo que me dejó Jeff... o a lo que me llevó más bien.

Una apreciación por los discos crudos
Detestaba las grabaciones en vivo. Me parecían sin terminar y toscas. Pero, como solo existe una grabación de estudio debidamente completada por parte de este maestro, me fui metiendo en lo que habían sido sus presentaciones “live”: Live at Sin-e, Live at the Knitting Factory, Live a L’Olympia, y bueno, las promesas que pudieron ser y no fueron (y aún así contienen joyas que superan, en mi opinión, a grandes canciones que si tuvieron su debida conclusión) Sketches for My Sweetheart the Drunk y Mystery White Boy. Jeff me llegó a caer bien; como un amigo que no había visto en mucho tiempo, lo podía convocar por medio de los comentarios que una vez hizo en alguno de sus shows en vivo. Y así, nos conocimos.

El Jazz, El Blues
Sí, critiqué en su momento esta música que ahora me llena el alma por considerarla lenta y monótona, tranquila y dolorosa. Pero se podría decir que Lilac Wine fue mi perfecta introducción a ese mundo oscuro. Jeff me trajo a Nina Simone, diva inigualable con su voz de trueno y vibratto poderoso. Jeff me dio su introducción personal a Miles Davis. El resto es historia, cargo siempre conmigo un playlist que titulé “A Jazz n' Blues Love Affair”.

Un llamado
En el 2003 me regalaron unas clases de canto. Había sido pianista ya por varios años y me pareció una lógica progresión. A decir verdad, el camino fue más tortuoso de lo que esperaba y no encontré mi voz si no hasta varios años después, cuando la fineza del Calling You y el Opened Once de Jeff (en otras de sus grabaciones crudas) me ayudaron a comprender la ligereza que se requiere para esas notas agudas. Nunca he podido hacer un cover de ninguna de las dos piezas porque mi destreza con la guitarra es sumamente limitada, pero le debo ese homenaje... ojalá en algún bar clandestino, oscuro e íntimo, así como me imagino yo aquellos antros en New York donde tocaba el maestro.

Leonard Cohen, The Smiths, Joni Mitchell, Nusrat Fateh Ali Khan inclusive Soundgarden y el lamentablemente hoy día devaluado Chris Cornell. Creo que esto no necesita explicación, las leyendas que Jeff me presentó son hitos personales y referentes constantes.

Re-leyendo mis letras, miro hacia atrás consciente del presente, el suyo y el mío.  Me pregunto que haría el genio hoy. Mas no me permito divagar. Alguien una vez me dijo “the brightest flames burn the quickest” y me ha ayudado a no cuestionar por qué estos hombres de mi vida se me fueron antes del tiempo. El recuento comenzó como una arqueología de mi propia evolución musical, la cual tuvo a Jeff Buckley como catalizador principal. Y al ver el inventario me doy cuenta que lo que nos deja la experiencia de la música es un hilo que ata esos momentos, una cronología que bien podría contar el relato de una vida por medio de esas enseñanzas subconscientes.

La despedida viene, entonces, con el mayor legado que recibí de su parte:

"The only way to really make it - anywhere - is to put every bit of your being into the thing that only you can provide. The only angle is the art that you choose, that only you can provide. And to do that, you have to be quiet for a long time and find out what you bring forth. You have to know what's in yourself - all of your eccentricities, all your banalities, the full flavor of your woe and your joy. What does it look like? What makes it different from everybody else's? It's totally subjective. You're just given the task of bringing it up." 

Jeff Buckley

jueves, 15 de marzo de 2012

Idus Martiae



La crisis del cuarto de siglo pareciera afectarnos silenciosamente de manera casi melancólica a quienes vivimos repitiendo el pasado pero con una fuerte mirada hacia el futuro... característica inequívoca de esta, mi generación. Inevitablemente la época de hacerse el tonto, la época del “valeverguismo”, la época de irresponsabilidades inconscientes o simplemente ingenuidad total termina con una transición mucho más amena y vivible que la de la adolescencia que se creyó dejar atrás por ahí de los 18 años. ¿Será que finalmente terminamos de adolecer a los 25? ... me cuesta creerlo.

Nací en los Idus de Marzo, día infame por haber sido marcado con el asesinato del emperador más famoso del mundo occidental, Julio César, día también dedicado a Marte, dios de la guerra. Inevitablemente la referencia histórica en relación a mi fecha de cumpleaños se convirtió en estampa obligada para quien conocía dicha historia y de paso deseaba saludarme en “mi día”. Soy capaz de decir que inclusive en el colegio me ganó unos cuantos puntos con mi profesor de historia (true story).

Al decir que es el día de (supuestamente) más mala suerte en todo el año, honestamente me complace saber que esa “suerte” me ha eludido, muy a pesar de lo que la vida ha puesto en mis andares. Entre muertes, divorcios, enfermedades y demás el daño lo veo únicamente como colateral. Eventos que en otro caso quizás se vieran como clímax de vida han sido trascendentales solo en los hechos que derivaron de ellos, en lo que desataron. Y esto lo digo pensando en positivo, pues como pocas personas he sido afortunada de una manera que ni siquiera los Idus de Marzo podrían opacar. Este día la vida me ha regalado la dicha de ser, no meramente de existir, sino de vivir...una vida extraordinaria.

Si bien el camino es solitario, nunca me han faltado abrazos, ni risas, ni consuelos, mucho menos baile y compañía adecuada, conversaciones profundas y otras estupideces sin propósito definido, meramente divertidas y necesarias. Y por esto, tengo mucha gente a quien agradecer. Sus nombres serán referentes silentes en el libro de mi historia, nombres que sabrán quienes son sin la necesidad de yo escribirlos en letras.

Me aproximo entonces a un amanecer de mi vida en el cual inevitablemente se hace una asesoría de lo alcanzado y lo deseado. Ciertamente a los 15 juré que mis 25 no serían lo que son hoy día, pensé que alcanzaría otras metas que aún no se cumplen, no obstante no me imaginé vivir lo que he vivido y lo que seguiré viviendo, y no puedo evitar sentir que mis deseos de adolescencia se ven ahora triviales y pequeños comparados con lo que los 25 me piden. Pareciera que la vida no se vive por lo que se quiere alcanzar, si no por lo que se logra sin necesariamente habérselo propuesto.

Satisfecha con el inventario de mis historias digo que esta “crisis” es más una esperanza abrumadora por todo lo que me toca todavía alcanzar (sin necesariamente yo proponérmelo) agregada a todos mis deseos conscientes y metas intencionadas. Entonces les digo, conformémonos con ese balance... y tomemos las cosas como vienen, con brazos abiertos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Encuentros

En las mañana la rutina en el museo es igual: candados, botones, puertas y una pantalla que se enciende dejando ver las instrucciones del trabajo diario. Las 9am pareciera una hora ya muy tarde en un San José que se encuentra despierto desde la madrugada. Pero esta es una esquina en el barrio Amón que impone su propio camino y articula un lenguaje silencioso, dejando entrever los quehaceres del diario existir entre Capelanes, Herreros y Araujos, un escondite incongruente con una ciudad criticada por gris e indecorosa, por ser capital sin historia. Es aquí donde reposan aquellos seres silenciosos, quienes en un lienzo, pintura o fotografía, duermen el sueño de los olvidados. Entonces, ahí mismo, unas horas más tarde, lo que una vez fue objeto cobra vida. Conectando, dando luz, encendiendo y haciendo bulla, aquel video, aquella obra, aquella instalación de repente adquiere la vida de los observados, del interlocutor omnisciente del arte. Enciendo y activo dichas piezas con la esperanza secreta de que el llamado del arte sea escuchado por los transeúntes con una mayor fuerza.

Durante ese solemne ritual, caminar sobre los mosaicos amarillos, colores de una época de un San José olvidado (o quizás negado y reconstruido) inevitablemente se torna en el recorrido de un asimilar místico. Cuando a las 6pm todo aquello vuelve a su estado taciturno, quien empuja la puerta para encerrar aquí adentro ese misterio no imagina lo que al día siguiente hará la luz del día por aquellos “objetos”. Una vez más, las horas matutinas traerán vida al material que muchos verían como el capricho de una expresión meramente poética. Son ignorantes quienes, al pensar así, desechan la posibilidad del aprendizaje por medio de una conexión artística con un TODO más grande que el artista, el visitante, o el individuo mismo. Al ver y comentar, el contacto humano le confiere a dicha colección una energía activa, fuente de una humanidad mucho más poderosa que lo que se plasmó en el lienzo. Más allá del material escogido, o el medio deseado por quien en el arte busca su expresión, este pequeño museo guarda encuentros, conversaciones en potencia y un entendimiento que se mueve en un mundo superior a las palabras. Es un idioma que se entiende pero no se habla; miles de páginas se han escrito en un intento de aclarar aquello que el cuerpo capta sin necesidad de la explicación concreta.

La teoría siempre ha capturado el interés de quienes vivimos en ese mundo de representación y entendimiento supra-cognitivo, deseosos de abrir “ojos” ajenos a lo que el arte “explica” y, consiguientemente, limitados a permanecer meramente en lo visual. Los libros, los ensayos, las conferencias, las conversaciones, inclusive las apasionadas tardes de café o noches de vinos invertidas en buscar esclarecer nuestro pensar, son meramente secuelas de esa frustración humana que busca siempre alcanzar la tan usurpada “Verdad”. Es entonces cuando, sintiendo la energía que late de las piezas presentes en este espacio museal, se dilucida una realización difícil de acoger, pues viene meramente como un sentir del cuerpo, no una total aprehensión del saber intelectual. Aún entre estas letras y reflexiones, no se puede ni se podrá jamás terminar de explicar lo que con esa oración trato de exteriorizar.

Lo más cercano a una aclaración quizás se presenta (en complicidad con mi presente escrito) transmutado en una (sorpresa!) obra de arte. En una esquina de esa casa estilo Art Deco de 1934, sobre una plataforma blanca reposa un caracol hermoso, similar a aquellos con los cuales de niño uno “escuchaba el mar.” Pero este caracol en particular ha sido intervenido con una yuxtaposición. Irradiando hisopos (sí hisopos, de esos que las mamás le clavaban a uno en los oídos en busca de una limpieza profunda) la salida por la cual el mar nos cantaría sus andares se ve bloqueada por estos pequeños utensilios higiénicos. El paralelismo entre ambos objetos se fortalece al encontrar en ellos una cierta ironía, alcanzada por medio de su colaboración mutua, una que jamás hubiera sido posible de no ser por las puertas que se abren gracias a la plataforma artística. La obra, titulada Tímpanos (2008) del artista hondureño Adán Vallecillo, posa una contradicción: es tan clara y a la vez tan ambigua que se me hace complicado hablar de ella. La entiendo, porque se me presenta viva y comunicativa, pero si quisiera explicarla (y hasta cierto punto matar su misterio) me vería en una maraña de conceptos innecesarios, una jerga teórica y académica que francamente, muy a pesar de mi educación y contexto, no me interesa referenciar en lo más mínimo.

Adán Vallecillo, Tímpanos, 2008. Cortesía TEOR/éTica

Cada mañana cuando me le acerco, la interiorizo y me pertenece. Es quizás mi pieza favorita en toda la colección; en general la obra de Vallecillo me parece de las producciones más finas y atinadas de la región centroamericana y el arte contemporáneo en general. Pero lo que me atrae de Tímpanos es que me ha prestado su secreto, me ha susurrado el movimiento marino que se guardó en ella y fenomenológicamente se me ha transferido. Riéndome de los tecnicismos académicos, comienzo el día de trabajo en el museo sabiendo que la historia y la teoría no me pudieron jamás haber enseñado lo que ese encuentro diario me regala.

Diciembre, 2011