Todos usamos un vestido, delicada tela filtro de emociones y opiniones. Existe una fina línea entre la verdadera realidad y la ilusión que nos creamos no solo para nosotros mismos sino en un teátrico montaje para la audiencia social, esa quizás manipulada percepción de quienes pretendemos ser, aquella que nos quieren hacer ver (e intentamos emitir también) aquellos con quienes convivimos, ya sea de manera consciente o no. Sin embargo existen diferencias abismales entre la una y la otra que las separan a tal punto de convertirlas casi en opuestos.
Somos seres de apariencia, arma de doble filo que nos condena a juzgar teniendo a esa primera mirada como única herramienta para esculpir una opinión. Mas en esta vida, con nuestras profundas diferencias, junto con nuestra compartida humanidad compartimos también esa utilización de vestidos, cual si fuera necesario maquillar cierto aspecto ante ojos ajenos y de esta manera manipular de una u otra forma la manera en la cual nos presentamos ante los demás. Entonces, si se manipula esa verdad como es que se pretende ser percibido como auténtico? Son esos vestidos físicos, emocionales, sociales…inclusive espirituales que resultan en cierta frustración existencial, porque desde antaño y por alguna razón que probablemente poco tenga que ver con el pudor, la desnudez nos aterra…nos aterra el dejar ver lo que está debajo de esa tela, el rechazo al presentarnos completamente desarmados ante miradas quizás crueles.
Lo que muchos no realizan es que debajo de todo el vestuario, debajo de esas capas, si en un utópico acto de liberación fuéramos todos en una complicidad sumamente autentica a despojarnos de nuestras ropas, veríamos que todos compartimos esa misma inseguridad, esa misma humanidad, y entonces entenderíamos que la autenticidad no necesita maquillaje pues todos sufrimos la vida, todos experimentamos de ella. Entonces se convertiría en un peso mas fácil de llevar pues al que nada se aferra, el que nada esconde, no lo persiguen noches sin sueño, complejos sin fundamento.
Se me hace interesante, casi fascinante, el ver como ese vestido que usa una persona con el tiempo se transforma, se va tergiversando, deformando y cambiando, se manipula y modifica y mas que todo se reinventa constantemente al ir conociendo mas y mas que es lo que esta detrás. Y entonces las proporciones y la silueta, el corte y su ajuste, se ven drásticamente modificados ante nuestros ojos ya sea para bien o para mal. En esa interacción, entre el intercambio de conocimiento y profundización el vestido se transmuta y al final se logra entender qué es lo que esta debajo de el, aquello que da forma, aquello que deja una impresión mas duradera, la que cala en lo metafísico mas que en lo superficial.
Me declaro victima del acelerado andar de esta vida, en donde se nos exige que una rápida mirada sea capaz de pintar el cuadro completo de quien es y como se comporta una cierta personalidad. Y como tal veo yo misma como quienes se atreven a ir mas profundo encuentran debajo de mi vestido muchas cosas mas que a simple vista descartaron podría encontrarse ahí. No me declaro tampoco excepción a la regla, quizás yo también en mi ignorancia he sido perpetradora de este crimen, el ciclo como tal es mal de mi especie y no seré capaz de declararme inmune.