sábado, 16 de enero de 2010

De Como se Pretende ser Alquimista, pero se Termina Derrotado por la Ciencia


La posibilidad de una pizarra en blanco se me abrió como una puerta al presente, aquella que por miedo dejamos entreabierta pero no por eso olvidamos en un acto de desecho. El blanco que quizás cubrió una vez aquellas montañas con las que de niña se sueña pareciera derramarse en una cercanía casi incómoda, son sus luces y un reflejo, quimera desprendida de esta humana condición y sus deseos, lo que ahora dicta el camino. Es entonces en tal espejo que no veo ya por donde se refleja mi visión, hacia donde me lleva el cambio innegable de esta ráfaga helada. En aquellos picos escarchados visualicé una vez este brazo posando bandera de conquista, pintura épica de quien en sus sueños añora esa realidad tal cual si no existiera el otro lado de la moneda. No es fácil comprender que por cada sueño se paga un precio, por cada noche de insomnio puede que no existan días de recompensa. La interrogante permanece, como humo restante del fuego de una fugaz ilusión, y aún en su inmaterialidad parece tener mucho mas peso. Es una de existencia, donde día a día luchamos contra un inevitable miedo al olvido, la ansiedad de ver una vida terminada sin haber completado suficiente sacrificio ante ojos ajenos. He ahí también el nacimiento de la paradoja, del “sacrificio” al “olvido” se nos va la vida por este paso acelerado, obligados en ese sofocante minuto a seguir viviendo la realidad escogida. Cuestiono si en cada paso hubo ya escrituras que condicionaron la presente situación, pues la duda nunca fue cuestión de ubicación en un presente, sino de propósito. Quizás es pretenciosa la audacia de no cuestionar si es innegable y constante la presencia de esta inquietud en los días de con quienes comparto vida, en toda la vitalidad, no solo biología, de esta palabra. Consciente estoy de que tal no es el caso de una población entera...mas si de quienes con una lucidez mas ávida encaminan su andar.

Como tales, soy víctima de esa expectativa, una de trascendencia; del deber de crear un balance entre lo que se quiere, lo que se obtiene y lo que se transforma en satisfacción propia, que por cuestiones de logística denominamos felicidad. Propia o ajena (porque de eso aún queda mucho abierto a discusión) de igual manera tal imposición se ha instalado entre mis preocupaciones con una prioridad quizás no merecida. En meses pasados me carcomía las entrañas el ácido de una decisión quizás errónea (pregunto: ¿quién no habrá experimentado el dolor de ver que, una vez cumplido el sueño, los factores negativos no considerados con anterioridad alimentan la capciosa incertidumbre de si era en realidad lo que se quería?). Una vez corregida, no obstante no fue capaz de devolverme lo que el reloj ya me había robado, si concedía la tranquilidad de ver este cuerpo hallando su espacio único, por ser solo propio, en esta era. Ingratitud sentiría pues, si no tuviera la osadía de levantar una plegaria de agradecimiento; en estos años nunca fui yo conductora de mi orquesta, ¿cómo podría su músico principal desarrollar tan silente tarea? Cada huella dejada no se arrastró devuelta al mar, no hubo olvido y negación a su paso y es de ahí que quizás logre extirpar la sabiduría que nace con el mañana.

Mas siento ser mal de mi generación el desarrollar un cierto conformismo insatisfecho en donde escondemos la preocupación de no ser bajo el pretexto de individualismo e indiferencia. Ojos testigos han callado por no querer involucrar al alma en un dolor derivado de lo ajeno (o mas apropiadamente: una negación que rehuso a aceptar como propia). Negar los hijos que mi ansiedad ha engendrado pareciera ser mas un mecanismo de defensa, uno de vergüenza, lo acepto, mas mi propio método de supervivencia. No es por pasividad o indiferencia que esta mano no corre a socorrer o esta boca no grita la injusticia que presencia; el considerar al silencio como identidad propia no acalla el hecho de cargar una cruz de preocupaciones que bien me gustaría poder apaciguar activamente. Pero la vida ha enseñado (y no de manera tierna he de agregar) a cerrar la mente, guardarlo únicamente para quien con ojos y corazón abierto lo reciba. Cada cual encierra de su carácter lo que considera ser nocivo en contraposición con sus elecciones y la mirada crítica de las expectativas externas. No puedo declararme inmune ante tales cuestionamientos y en este afán parece ser que recorro líneas paralela, nunca perpendiculares, con quienes pudieran compartir consuelo en una simpatía sentida como propia. Hago de esto un llamado a quienes preocupados por su falta de acción, se torturan con el movimiento de sus colegas, mas no por esto cambian su camino pues saben estar, en lo que respecta a su persona....en lo correcto.