Crecí en algo parecido a un circo, tanto por su movimiento como por el entretenimiento, sin mucha distinción entre trabajo y diversión, un enorme cuarto de juegos con acceso ilimitado y sin paredes. En mi egocentrismo infantil todo estaba a mi completa disposición: colores, luces, ríos de gente, horarios inusuales y una tremenda capacidad para hacer al mundo real desaparecer. Una ciertamente irónica vulnerabilidad al mareo quizás me prevenía de disfrutar plenamente del negocio familiar, mas no por eso deje de considerar este mundo como un refugio anormal, afirmación que se vería aun mas agudizada cuando en mis años adolescente las filosofías de juventud me harían llegar a ver este privilegio con ojos diferentes a los que tuve durante la niñez. Para mi el término parque de diversiones era sinónimo del trabajo de papá, poco convencional si, pero desde mi perspectiva los carros chocones representaban horas de vueltas gratis con trabajadores con quienes borre líneas sociales para tener así compañeros de un infantil juego. Un carrusel se convirtió en mi propio establo personal de caballos de fibra de vidrio anuentes a mi antojo de peinado o estilo preferido de monta. El concepto de paseo familiar era uno que envolvía viajes de trabajo rodando en un clásico Air-stream por todo un país, buscando como destino lugares sin nombre donde la mas grande alegría anual era la fiesta que se venia a ofrecer por una semana. Costa Rica (y en efecto también Panamá) eran la oficina de mi papa y por tanto ambos países se convirtieron en mi dominio, pueblos fantasmas (y otros mas grandes claramente)… ferias ganaderas, ferias patronales, ferias municipales. Aun si se pudiera escribir olor o sonido quizás el lector no seria capaz de reconocer tan agudamente como se me presenta en mi mente aquel hidráulico que alzando avioncitos dejaba escapar un cierto silbido gaseoso, como aire que se escoce de un globo; o inclusive para muchos, por mas experiencia “fiestera” a la que hayan sido expuestos, seria difícil visualizar el peculiar perfume que emite el movimiento de la comida en un chinamo cuando una severa mujer con gorro y un complementario atuendo blanco logra elevar ese olor meramente con utilizar la fuerza de sus brazos torneados al ritmo del folclor culinario ferial. Y he aquí que se me abre un agujero negro en forma de una nueva obsesión como vía a un vacío interno, cuando al encontrar, por completa coincidencia ,por medio de una insignificante y quizás mórbida fuente una fotografía que fue llave para esa puerta a un nuevo panorama.
Es desgarrante arrancarle la humanidad a lo material, crea una orfandad ante la falta de propósito, como si al dejar de ser objeto “en función de” entonces perdiera razón de ser. Es quizás este el motivo por el cual al verme ante un espejo metafísico observando una documentación de los resultados causados por el abandono sobre un juego mecánico, una pequeña metáfora se encendió en mi alma al relacionar aquello que otrora comprendiera mi niñez (y en realidad vidas enteras) con tal decadencia. Uno no piensa en el destino de las cosas, cosas…en el sentido completamente físico y plástico de la palabra. Y porque si algo tan palpable para mi educación y crecimiento, tan fundamental para mi supervivencia, es también perecedero, es que el pensamiento de su mortalidad no se había cruzado en mi camino hasta este preciso momento? Quizás se necesita meramente confrontación con lo efímero y perecedero de esta la vida para comprender la misma, no se ve toda la obra hasta que se mira el revés, lo que esta por detrás, la otra cara. Para quien un juego mecánico es el epitome de vida y jolgorio el ver tanta muerte y tan presente en ese metal herrumbrado es casi un grave presagio. Hay algo que me obsesiona y atrae en una manera morbosa, como algo que una vez era entretenimiento es ahora una confirmación de defunción, un aparato creador de memorias y emociones empleando su propósito en una manera inversa. Los objetos…los lugares…cuando se les despoja del factor humano perecen, y sin embargo perduran, una complementaria contradicción, una muerte en vida, pues al perder la capacidad de función para su creador, cesan de tener propósito. Y así es que la mortalidad la he tenido tan palpable últimamente, pues curiosamente hoy, en acto de inexistente coincidencia, al pasar frente a una iglesia mi ajena condolencia se poso sobre un desconocido ataúd en un acto de completa intromisión, y entonces me hice la misma pregunta…por que siento la muerte tan presente? Fácil…meramente porque sigo viva.